Como había dicho, el sábado fui a hacer montañismo con Domingo, Brian y otros. La ruta era de tres horas, y después decidíamos si queríamos seguir y subir el Hoher Nock, una montaña de 2000 metros (aunque ya empezamos a unos 600, que no estamos al nivel del mar).
Algunos se quedaron en un lago cercano, yo me decidí a intentarlo sabiendo que en el peor caso siempre podía quedarme por el camino y esperar a que bajaran.
Fue duro, teniendo que pasar entre árboles derribados, subir pendientes resbaladizas, y durante la mayoría del tiempo subir por la ladera pedregosa de la montaña.
Pero al final, lo conseguimos. Fue una sensación genial la de subir, viendo lo arriba que estás y lo mucho que te queda todavía, y sentir que vas a ser capaz de hacerlo. Y claro, llegas arriba, descansas un poco, disfrutas de la vista y de cómo te sientes. Paz y satisfacción.
Y empiezas la bajada. A mí me costó mucho, fui muy despacio porque una torcedura o una caída allí puede complicarnos mucho la cosa a todos. Además mis rodillas empezaron a dolerme un montón, y la mayor parte de la vuelta no era empinada pero sí estaba resbaladiza. Cuando nos fuimos del parque ya era de noche.
El domingo me lo pasé en casa, descansando y haciendo el vago. A pesar de eso no dormí mucho, y encima el lunes madrugué mucho otra vez, porque empezaba temprano el curso de alemán en la universidad y tenía que apuntarme antes. Y tuve mi primera lección de alemán (salvo el curso en mp3 que escucho en el tranvía de camino al trabajo), una lección rápida y densa pero entretenida y seguro que dará sus frutos pronto.
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