Las empresas cerveceras suelen hacer cerveza especialmente para Oktoberfest, más oscura y con algo más de alcohol de lo normal; la sirven en jarras de un litro (el precio estándar era de 7.80 euros). Yo me tomé dos durante el día, lo que fue toda una hazaña porque comimos sólo un par de bocadillos por lo caro que estaba todo.
Es toda una experiencia lo de ver a tanta gente vestida con el traje tradicional, y la mayoría jóvenes; Brian tiene uno que le regalaron, así que no dudó en ponérselo ese día.
La verdad es que fue un poco triste ver cómo la cerveza es el eje central del evento. Había mucha gente pasándoselo bien, pero también había muchos sentados solos frente a su enorme cerveza, con la mirada perdida, y otros habían ido con la mujer o los parientes y se limitaban a masticar y tragar, sin cruzar palabra ni una simple sonrisa.
Además, había muchos niños por allí, cosa que siempre me preocupa un poco, porque es fácil que alguien tan joven asocie la diversión de los padres con la costumbre de beber. En fin, la cerveza es parte de la cultura bávara, supongo.
Me alegro mucho de haber ido, pero no sé si repetiré el año que viene, porque Brian y yo estuvimos bastante solos y no fue muy divertido (aunque en el viaje lo pasamos muy bien hablando). Me quedo con el recuerdo de ir de feria, de tanta gente con trajes típicos, y esa combinación de diversión con melancolía que viene de la mano de tantos litros de alcohol.
Una cosa más: Austria tiene frontera con ocho países diferentes, y cuando nos enteramos Rana y yo decidimos visitarlos todos en los tres años siguientes (aunque en alguno ya habíamos estado antes). Ya llevo uno de ocho.
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