Hemos pasado unos días con una pareja que ha venido a visitarnos, unos amigos que hicimos en Montreal y que ahora viven en Francia. Como vinieron en coche como unos campeones, hemos aprovechado para viajar por Austria.
El sábado fuimos a Graz, la segunda ciudad más grande de Austria (un cuarto de millón de habitantes). No la conocía, y me resultó bonita, no sólo por la agradable arquitectura a la que ya estoy acostumbrado, sino por el gran castillo desde el que se ve toda la ciudad. Además, resultó que ese día había eclipse de luna, así que a la vuelta pudimos disfrutar cómo la luna iba desapareciendo poco a poco hasta quedar reducida a un arco brillante. Paramos en un pueblo a ver las estrellas, aprovechando la falta de luz en el pueblo y en el cielo. Espectacular.
El domingo insistí en que fuéramos a los lagos que están al sur de Linz, pues están rodeados de montañas y suelen ser sitios muy bonitos. Para no abusar del conductor fuimos al más cercano, pasando por Gmunden, que está en la orilla de uno de los lagos.
Desde allí fuimos a hacer senderismo, aunque la improvisación nos llevó a perdernos. Nos salvó una mujer a la que preguntamos en una casa cercana, que adivinó dónde habíamos dejado el coche y nos acercó hasta él en el suyo. Una vez más la amabilidad rural.
Los dos días siguientes los pasamos fuera de casa. Nos fuimos a Viena, cómo no visitarla. Como hace tiempo habíamos estado un día entero paseando con una amiga que vivía allí, conseguimos enseñarles calles y edificios que valía la pena ver. Acabamos cansados de tanto paseo pero valió la pena.
Por la tarde nos fuimos a Bratislava, en Eslovaquia, sólo a una hora de Viena. Como fuimos sin reserva, nos tocó seguir carteles buscando hoteles (todos completos o muy caros, lo del alojamiento no está nada bien allí). Acabamos en una pensión que no era barata, y eso que dormimos en ¡el restaurante! Sí, un sitio que tienen para celebraciones pero cuando no se celebra nada hay unas camas. En fin, eso pasa por no preparar el viaje. La luna crepuscular nos acompañaba, casi llena y de un bonito color rojizo.
Por la mañana visitamos la ciudad. Tiene su casco antiguo y tal, pero no es nada del otro mundo. A pesar de eso, valió la pena ir, más que nada por la gente de allí (¿bratislavos?). Sólo una persona en toda la visita no hablaba inglés o alemán y todos fueron simpáticos y acogedores de una manera que en Linz no se suele ver. Quizás sea estar más acostumbrados a extranjeros y turistas.
Por la tarde volvimos a Linz, pasamos un rato al lado del Danubio (que hemos visto en tres ciudades distintas estos días) y cenamos. Al día siguiente nuestros amigos volvieron a casa.
lunes, 25 de agosto de 2008
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