miércoles, 18 de junio de 2008

Saber o creer

Uno va aprendiendo cosas cuando va creciendo. En un momento dado, las cosas que se han absorbido desde que se es chico se van haciendo más aparentes porque uno, en su madurez, las exterioriza y compara con sus experiencias reales. Así se van quitándose de encima prejuicios, falacias, etc. y al mismo tiempo reforzando lo que queda tras quitar la paja. O por lo contrario fortaleciendo las creencias sin base, según lo que la vida nos ponga delante.

Inevitablemente, es difícil enfrentarse al contraste entre creencias internas falsas aceptadas dogmáticamente y realidades palpables que se ponen delante de uno (el término técnico es disonancia cognitiva). Como resultado, muchos de nosotros escapamos una y otra vez (en parte de manera inconsciente) ante la posibilidad de sufrir desorientación, desilusión, culpabilidad... los distintos sentimientos asociados a un cambio de perspectiva. A veces, cuando estamos más preparados para admitir esas verdades que nos acechan desde nuestro propio subconsciente, hacemos acopio de valor y damos un paso hacia delante.

Toda esta parrafada viene motivada por mis cavilaciones internas. Desde que me mudé a Montreal no he parado de tener experiencias nuevas que me han ido cambiando la visión del mundo. La mayoría de las cosas que he (des)aprendido tienen que ver con gente de culturas de las que sabía lo que se aprende por ósmosis viendo películas, y con cosas que pasan en el mundo y que no nos cuentan de manera equilibrada en los noticieros que tenemos más a mano. A eso se une que mi mujer sea de otra parte del mundo, y haya vivido en varios países, con lo que periódicamente averiguo que estaba en un error al pensar esto o aquello. Y es bastante frustrante, porque siempre tengo la sensación de ser como un chiquillo que no ve mucho más allá de sus narices. Sé que en realidad no es así, la diferencia con mi antiguo yo es bastante grande; para compensar mis carencias percibidas, suelo consolarme pensando en que al menos soy alguien de mente abierta (a veces demasiado, hasta el punto de no fiarme de mis propias opiniones) y lo suficientemente humilde como para reconocer que no sé o que me he equivocado, y cambiar de rumbo. Quizás por eso creo ser lo suficientemente valiente como para enfrentarme a mis errores con frecuencia, admitirlos aunque cueste, y pasar a ser un poquito más sabio.

En cualquier caso, muchas de esas opiniones que llevaba como bandera ya han caído o flaquean peligrosamente, y no es una sensación agradable. Así que para aprender, voy leyendo lo que puedo sobre los distintos temas que me interesan ahora (por ejemplo islam, economía, política internacional, cambio climático). Otra cosa que hago, sobre todo cuando no tengo una opinión formada, es elegir una postura y defenderla ante otros como si fuera mía, buscando argumentos en contra. Rana dice que es mi vena de científico la que me lleva a hacer cosas así. Yo lo tengo claro: si no confronta uno lo que cree, ¿cómo puede defenderlo? Pero mientras tanto, y desde hace tiempo, noto que casi todo lo que creo no tiene mucha base. Y eso me hace sentir bastante inseguro en mis opiniones (mala cosa para alguien ya inseguro de por sí).

En fin, cavilaciones de tarde(s) lluviosa(s). Cómo cambian las cosas, cuando empecé a escribir en internet fue solamente para contar a los amigos las cosas curiosas que me iba encontrando en el mes que pasé en Idaho, y ahora me da por filosofar a troche y moche y escribir lo mal que está el mundo. ¡Me hago mayor!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo parto del principio de que en todos los países y regiones hay gente buena y mala, y lo demás son diferencias culturales y arreglos florales distintos con la misma proporción de flores y cardos, pero de diferentes clases. Cuando fui a Barcelona, que estuve casi un año por allí, me fui riéndome de los prejuicios que solemos tener los madrileños, y salvando las traumáticas experiencias de lo poco que llenan los conos de helado en el McDonald's, fue un año fabuloso que hizo que Barcelona y su gente ocupen un lugar privilegiado en mi corazón de madrileño para siempre... Y tampoco tengo de qué quejarme aquí en el sur de Francia, por muy español y madrileño que me sienta. No tengo nada en contra de los árabes, judíos, ni nadie en particular. Creo que es muy sano conocer otras culturas con una mente abierta como tú lo haces. Basta de xenofobia y de malos rollos, todos somos hermanos.

Jaime

David Sevilla dijo...

Alguien (creo que fue Ali) dijo una vez algo así como: "O eres mi hermano en la religión, o lo eres en la humanidad".